Hacia una pedagogía basada en la Compasión

28.05.2018

Hace unos días trabajaba con un grupo de docentes de secundaria y primaria sobre la educación emocional y gestión del conflicto en el aula.

Una profesora planteaba un problema con el comportamiento de una de sus alumnas que llevaba tiempo atascada, cuando una compañera frente a ella -y a modo de respuesta- le hizo la siguiente pregunta: ¿sabes lo que me ha pasado desde que comenzamos la formación? Ante la expectación de todos, aquella profesora nos contaba que, a raíz de comenzar el curso, había sentido algo que nombró como un clic que le había cambiado totalmente la relación con sus alumnos. Con la mirada en su compañera argumentaba que, por primera vez, los había conseguido ver no exclusivamente como estudiantes, sino como chicos y chicas con unas vidas llenas de inseguridades, preocupaciones, miedos y que, en algún momento de su vida, habían guardado en una cajita pequeña su autoestima, de forma que estaban en un curso de adaptación donde se diferenciaban del resto del alumnado. Comentaba que, anteriormente, estos chicos y chicas estaban desmotivados, se resistían a aprender y la relación con ella era lejana y evitativa. Ese click que no sabía explicar, le había hecho entrar en clase decidida a mirar más allá de esa manifestación adolescente de desidia, mirarlos a los ojos, preguntarles cómo se sentían, contar cómo se sentía ella... y, terminando su descripción, señaló: "y cuando veo que están atascados, uso el sentido del humor y me cuelo en sus historias".

En ese momento resonó en mi cabeza: COMPASIÓN. Esta profesora acababa de explicar las bases del camino hacia una pedagogía basada en la compasión. Y señalo el término pedagogía porque podría entenderse como la aplicación de la Terapia Basada en la Compasión desde un enfoque educativo, pero no me refiero a eso. Esta profe, sin saberlo, nos había contado el inicio del proceso de una docente cuando elige vivir la experiencia educativa desde una perspectiva compasiva: tomo consciencia de la presencia del sufrimiento de mis alumnos, me acerco para comprenderlos, abro mi mente a su entendimiento, sin juicios, y deseo y facilito su alivio.

Paul Gilbert (2010), creador de la aplicación clínica de este modelo, nos habla de unos atributos que fundamentan esta perspectiva de las relaciones. Nos habla de sensibilidad conectada con la conciencia de aquello que nos perturba en el presente, la motivación para el cuidado del bienestar, la simpatía como capacidad de acercarse a aquellos que están sufriendo, la ausencia de juicios para no caer en la culpa o la vergüenza, y la empatía para entender lo que está pensando y sintiendo la otra persona.

Ahora imaginaros un centro en el que cada mañana, durante 5-10 minutos, realizamos una actividad basada en la compasión. Los lunes ejercitamos mirarnos a los ojos y aprendemos a agradecer internamente que estamos vivos y tenemos compañeros con quien compartirlo. Los martes nos colocamos en pareja para ver cómo se acompasan nuestros latidos del corazón y generan la base de una melodía común. Imaginad que antes de un examen los alumnos pudieran meditar durante unos minutos con su profesor o profesora o que cuando hubiera un conflicto, pudieran ir a resolverlo al aula de convivencia, donde hay un espacio para conversar, expresar lo que sienten y buscar soluciones. Pensad qué ocurriría en un centro si los chicos y chicas, en lugar de colocar la fecha en la pizarra, escribieran "al respirar, me veo a mi mismo como el agua quieta. Al exhalar, reflexiono las cosas como son", una de las reflexiones del maestro zen vietnamita Thich Nhat Hanh.

Pasaría que de la misma forma que aprenden a resolver ecuaciones matemáticas, aprenderían a resolver ecuaciones emocionales. De la misma forma que experimentan en química, experimentarían estrategias para regular su sistema nervioso cuando se reconocen alterados. Ocurriría que se reducirían los conflictos en las clases, se usaría menos el móvil, no se pondrían partes... en definitiva, tal y como nos cuenta Joseph Durak (2011), en su metaanálisis con 270.000 niños en EEUU, aprenderían más y mejor.

Pero para ello, tenemos que empezar a creérnoslo, entrenarnos y entregarnos. Sentados cerquita de ellos, codo con codo, respiración con respiración. Cambiar nuestra mirada egóica y ver a nuestros chavales como una oportunidad de aprender como docente y como persona. No existe un mejor aliado en la relación docente que EL VINCULO que establecemos. Es lo único que realmente repara. Sin vinculo no hay relación educativa con nuestros alumnos, ni entre ellos mismos. Sólo habrá una correcta convivencia.

Una pedagogía basada en el desarrollo de la sensibilidad, la simpatía, la ausencia de juicio y la empatía para entender lo que está pensando y sintiendo a la otra persona. Una pedagogía que repara apegos inseguros e inunda de oxitocina nuestro cuerpo.

Cuando esto ocurre, surge el clic que explicaba la profesora intentando convencer a su compañera de que era mucho más fácil de lo que pensamos. Que sólo se necesita desear hacer las cosas de otra forma, aprender cómo hacerlo y ponerlo en práctica. Que nuestros alumnos no son nuestros rivales aunque no sepan demostrarlo. Que cuanto peor se portan, más nos necesitan.

Haz el ejercicio, visualízate junto con tus alumnos practicando diariamente una Pedagogía basada en la Compasión. Ponles a investigar los beneficios que tiene en su organismo y en las relaciones con sus compañeros, cuélate en su cajita de la autoestima y busca oraciones que los inviten a reflexionar. Enséñales a quererse a través de tu forma de quererlos y -de la misma forma en la que no se les olvida sumar- se les grabará en su ADN emocional la mirada compasiva.

Ahí está el futuro.


Si te apetece conocer más sobre la filosofía de vida basada en la compasión, te invito a ver el siguiente reportaje: